10 de agosto de 2017

MEMORABILIA GGM 874



PanAm Post
Miami – Florida
5 de agosto de 2017

Opinión

Cien años de soledad: 
la novela más 
sobrevalorada de la historia

Por Alejandro Jenkins Villalobos*

Aunque son muchos los críticos eminentes y respetables que la han catalogado como una de las mayores novelas jamás escrita, personalmente encuentro que Cien años de soledad es débil, incluso comparada con otras de las novelas de Gabriel García Márquez (mi favorita es El general en su laberinto). Aunque me considero una persona culta y versada en la literatura en español, me tomó un esfuerzo considerable para poder acabarla, y solo pude pasar de las primeras cincuenta páginas en mi sexto intento.

No cabe duda de que la idea detrás de Cien años de soledad, crear una saga mítica para la Latinoamericana independiente, es atractivamente ambiciosa; pero encuentro que la ejecución concreta de ese proyecto es casi totalmente exánime. El problema fundamental está en que prácticamente no hay ningún personaje en la novela que pueda despertar verdadero interés en el lector, o que siquiera tenga una personalidad bien definida (solo la chacaca Fernanda del Carpio, con sus locas ínfulas aristocráticas y catolicismo fanático, me pareció un personaje más o menos convincente).

El propio García Márquez debe haber estado consciente de esto, porque repite los mismos nombres, hasta que uno ya ni sabe bien quién es quién (más de una vez me faltó la energía para detenerme a desenredar de cuál Aureliano o José Arcadio se trataba). Pero esto es una enorme debilidad en una obra literaria, que me recuerda al chiste de Evelyn Waugh en Decline and Fall sobre una película vanguardista que fracasó en la taquilla por “su austera exclusión de todo personaje humano”.

Quizás una trama suficientemente interesante podría sobreponerse a esto, pero la verdad es que la historia que se cuenta en Cien años es casi tan inerte como sus personajes. El mundo que se pinta en la novela es no solo física, sino también moral y emotivamente irreal. Hasta el supuesto clímax del libro, la masacre de tres mil trabajadores bananeros (episodio inspirado por un controvertido acontecimiento en la historia moderna de Colombia, la Masacre de las bananeras en 1928), le acaba pareciendo a uno otra arbitrariedad narrativa, en el mismo plano que la plaga de insomnio, o el que lluevan flores amarillas sobre Macondo.

Hay otro aspecto de Cien años de soledad (por cierto, ¿qué significa ese título?) que no dejó de molestarme por un largo tiempo, sin que pudiera decir yo exactamente de qué se trataba. Ahora me percato de que es la manera tan artificial en que García Márquez recluta a la historia de la ciencia (¡de entre todas las cosas de las que podría haber echado mano!) en su empresa de establecer un mito.

Me doy cuenta ahora de que ese es, en realidad, un vicio característico de la intelectualidad colombiana moderna. En un grado quizás aún mayor que el de otras naciones latinoamericanas, Colombia tiene una historia sangrienta y opaca, en que suele ser difícil siquiera entender por qué una facción estaba matando a otra en un momento dado. Tradicionalmente, esto ha alimentado la esperanza de encontrar una clave esotérica que revele la significado oculto detrás de esta historia (de ahí la importancia enorme que tradicionalmente ha tenido la masonería esotérica en Latinoamérica, por mencionar solo un ejemplo).

Hace poco me topé con esta entrevista a Jorge Arias de Greiff, ingeniero y exrector de la Universidad Nacional de Colombia, en la que el entrevistado hace la extraña reclamación de que la historia de la ciencia (Arias de Greiff ha escrito extensamente sobre la historia de la astronomía) “puede ayudar a arreglar las cojeras de la historia patria; que a lo mejor la historia de la ciencia ilumina aspectos confusos de la otra historia.”  No se detiene a explicar cómo podría darse tal cosa, que me parece muy improbable en vista del papel mucho menor que la ciencia ha jugado en Latinoamérica, comparada con otras partes del mundo occidental.

Sospecho que las esperanzas de Arias de Greiff están subconscientemente asociadas a un sentido de que las graves obscuridades propias de la actual práctica académica de la historia de la ciencia pueden ofrecer un nuevo y secular esoterismo que reemplace a los viejos y desacreditados esoterismos con los que los intelectuales latinoamericanos tradicionalmente han buscado iluminar sus dolorosas historias patrias. Y creo que esta es al menos una parte de la respuesta a una de las preguntas que más me inquietó cuando finalmente conseguí terminar de leer Cien años de soledad: ¿qué es, exactamente, lo que están haciendo ahí o lo que puedan querer decir en su contexto las alusiones sostenidas al heliocentrismo, la alquimia, los imanes, la refrigeración, etc?

Cien años es, obviamente, la obra cumbre del realismo mágico, ese movimiento que fuera tan exitosamente comercializado a nivel internacional después de los años sesenta como marca de la nueva generación de autores latinoamericanos. Al fin de las cuentas, yo encuentro que ese realismo mágico es en buena parte un fraude.

Para comenzar, no hay nada novedoso en introducir elementos fantásticos en las narrativas: Borges (en mi opinión un escritor incomparablemente mayor que García Márquez) subrayó que la literatura fantástica es tan vieja como el lenguaje humano. Es cierto que las técnicas específicas del realismo mágico permitieron capturar ciertos aspectos de la cultura latinoamericana tradicional (por ejemplo, el conflicto entre los deseos de ser parte del mundo moderno y de mantener una identidad propia, el sincretismo entre el catolicismo y las religiones animistas, la percepción de una continuidad entre los mundos de los vivos y los muertos, etc.) y que el éxito de esta corriente ayudó a liberar a los autores latinoamericanos de las rígidas líneas ideológicas del “realismo social” practicado por la mayor parte de la anterior generación literaria. Pero, aunque la literatura no obedece a un lógica rigurosamente científica, psicológica o política, sí tiene que obedecer a su propia lógica literaria, y esto requiere de una disciplina artística que no se puede tirar por la borda simplemente invocando la licencia de escribir “realismo mágico”.

*Alejandro Jenkins Villalobos es doctor en física teórica de Caltech
y profesor de la Universidad de Costa Rica.
Este texto fue previamente publicado en inglés en su página de Quora.

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El País
Cali – Colombia
1 de agosto de 2017

Columna de opinión

Más de Vargas Llosa

Por: Santiago Gamboa

La semana pasada, entrevistado por la W, Mario Vargas Llosa volvió a hablar de su relación con Gabriel García Márquez y una vez más se encendieron los radares.

Lo más polémico, de acuerdo a los comentaristas, es que Vargas Llosa considerara en un plano menor a García Márquez al decir que no era “un hombre de pensamiento” sino un artista primigenio, alejado de las ideas, como esos músicos de jazz que, cuasi analfabetas, modifican el arte en el que se expresan sin apenas darse cuenta.

Para ser sincero, esto no me parece un insulto, aunque tampoco creo que García Márquez se ajuste a esa realidad. Es verdad que existen artistas puros, primigenios, que no necesitan de la reflexión teórica y que están lejos de las ideas acerca del arte que ejercen. Mozart debió de ser uno de estos artistas “en estado salvaje”, incapaz de teorizar sobre su oficio, pero que, al hacerlo, dejaba a todos con la boca abierta. Esto es muy visible en los músicos.

El jazz está lleno de ejemplos. Charlie Parker, Thelonius Monk, Chet Baker. Artistas al límite de la razón, casi incapaces de comprender lo que hacían. Caso muy distinto al de Stravinsky que, además de sus obras sinfónicas, escribió ensayos sobre la composición musical que aún se estudian en las facultades.

La pintura tiene también sus ejemplos. Van Gogh, sin ir más lejos. Pero la explicación de estos casos tiene un elemento particular y es que un músico o un pintor no necesitan verbalizar su genio para ejercerlo. La suma de sus observaciones y recuerdos y estados de ánimo e ideas sobre el color hacen que un trazo sea más grueso o más fino, y que los colores de fondo tengan cierta tonalidad y no otra. ¿Por qué lo hace? Él lo sabe, pero no necesita ponerlo en palabras. Como decía el novelista chileno Hernán Rivera Letelier: “Si me preguntas por qué lo hago, no lo sé; pero si no me lo preguntas, sí lo sé”. El escritor tiene una ventaja y es que la explicación se expresa en palabras, que son a la vez el material que domina.

Pero volvamos a Gabriel García Márquez. Es cierto que en su obra no hay grandes y sesudos ensayos, como en la de Octavio Paz, Carlos Fuentes o el propio Vargas Llosa. Pero en cambio está su prosa periodística, que a pesar de no presentarse bajo la forma del ensayo contiene ideas sobre literatura, política o cultura. Y es ahí donde Vargas Llosa se equivoca.

Que un texto no esté escrito a la manera del ensayo tradicional, no lo invalida como entidad o asunto intelectual. Los artículos de García Márquez están llenos de anécdotas personales y de humor, claro, pero ese es el caldo en el que sus ideas se expresan. Su discurso de recepción del premio Nobel, entre otros, contiene una síntesis poética y social muy fuerte, la de la soledad de América Latina. Muy por encima, por cierto, del trivial discurso de Vargas Llosa, que nos dejó a todos bastante perplejos.

Lo que sí fue un golpe bajo en la entrevista radial fue afirmar que García Márquez había seguido siendo amigo de Fidel por conveniencia y oportunismo. Un modo de sugerir que parte de su éxito en el mundo de la cultura, “que es un mundo de izquierda”, según dijo Vargas Llosa, se debió a una actitud interesada y pragmática. Es ahí, a mi modo de ver, donde el peruano sí saca el cuchillo contra el que, ya muerto y sin poder objetar, fue su rival durante 40 años.

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La Republica
Lima – Perú
6 de agosto de 2017

Cultural

Jorge Edwards:
“Josie Bliss fue un gran
amor de Neruda”
Jorge Edwards. El escritor y premio Cervantes chileno, invitado a la FIL de Lima, acaba de entregar a sus editores 'Oh, maligna', una novela que habla sobre un amor juvenil del poeta en Birmania. También opina sobre Gabriel García Márquez.

Por Redacción Pedro Escribano

El escritor chileno Jorge Edwards ha vuelto a Pablo Neruda y ya no en registro biográfico –Adiós, poeta–, sino como personaje de novela. Acaba de entregar a sus editores Oh, maligna, un libro en el que trata los amores que tuvo el vate en Birmania, una amante que vigilaba sus sueños con un cuchillo en mano esperando que el poeta pronuncie otro nombre que no sea el suyo. Edwards detalla sobre su novela. 

 Jorge Edwards

Insiste en Neruda...

Sí, porque hay algo que no había escrito yo, que se había escrito antes pero con poca información, y es sobre los amores de Neruda. Él era un chico de 23 años, cónsul de Chile en Birmania, que estaba con una birmana muy joven, Josie Bliss, que casi lo mató. Ella caminaba alrededor del mosquitero donde dormía Neruda con un cuchillo de cocina pensando en si se lo iba clavar o no, esto provocó la huida del poeta. Esto está un poco en el poema “Tango del viudo”. Sobre ese episodio es mi novela, que se llama Oh maligna. Después el editor me preguntó por qué no mejor se llama “Maligna”, pero le dije que no porque para cambiar ese “Oh” tienen que pasar por encima de mi cadáver.

Hay una faceta muy dura, el Neruda padre de una niña discapacitada.
Sí, pero esto fue mucho anterior a ese episodio. En la novela, Neruda todavía se llamaba Ricardo Reyes, yo juego mucho con eso. Al principio no se nota que el personaje es Neruda, sino un poeta joven que viene del sur del mundo, que llega a Birmania y que se llama Neftalí Ricardo Reyes.

Todavía no era inmortal.

El cambio de Neftalí Ricardo a Pablo lo hago lentamente.

¿Usted aborda todos los amores juveniles de Neruda?
Yo sé mucho del tema, pero no lo sé todo. Hice una novela en la que hay un personaje real que se llama Neftalí Ricardo Reyes, y hay amores que yo inventé.

Como todo novelista.
Claro, sobre todo cuando él estaba en una colonia inglesa y había jóvenes inglesas que llegaban de la isla británica. Y según Josie, la birmana, iban a buscar marido. Cuando no encontraban marido, iban a Birmania, iban a las colonias, por eso ella estaba muerta de celos, tanto que quería matarlo con un cuchillo. Neruda, que me tenía confianza en estos temas, me contó que ella le dijo una vez “si tú te murieras, yo podría descansar tranquila. Mientras tú estás vivo, yo estoy sufriendo de celos, de amargura”. Esa mujer era fiera.

¿Era una nativa?
Era birmana. Él siempre dice “la furiosa”, “la maligna”, “la deshabitada”. Yo me pregunto por qué “deshabitada”, yo me hago muchas preguntas como novelista. Pero fue un gran amor...

Tremendo poema que le ha dedicado...
Le ha dedicado muchos poemas. Hay poemas sobre ella en Estravagario, en Memorial de Isla negra y siguió hablando de ella. Yo una vez conocí una chica en París que era poeta y que se llamaba “José”. Entonces, yo le conté a Neruda, le dije “mira qué cosa más rara, conocí a una poeta que es muy atractiva pero se llama José”. Y él me dijo “y qué te extraña, si Josie es José”.

Los dos han tenido su José...
Claro. Josie Bliss se llamaba la birmana. Josie es un diminutivo de José, Josesita. Hablamos de ella, él estaba muy impresionado con ella porque le escribía una poesía de misterio en la que el mundo oriental entraba mucho. Por ejemplo, Residencia en la tierra está llena de funerales que son unas procesiones en las que al final se incinera al cadáver y se lo tira al río. Aparece muchas veces Mandalay, que era la antigua capital de Birmania. “Eres la más bella de Mandalay”. Resulta que los abuelos de Josie eran de Mandalay.

¿Ha ido a Birmania?
Yo pensaba ir a Birmania para investigar, pero luego dije que mejor nunca iba a ir a Birmania. Por lo tanto, inventé Birmania. Yo estaba en Madrid, fui al mercado viejo del lugar y compré todo lo que encontré sobre Birmania, muchas guías de turismo muy antiguas. Leí Días de Birmania de George Orwell, él fue un policía inglés en Birmania, luego se avergonzó por haber sido policía en la colonia. Si Salgari ha escrito Sandokán y otras novelas sin ir a la India, por qué yo no inventarme a Birmania (risas).

A propósito de Neruda, ahora se investiga si lo asesinaron. ¿Qué piensa usted?
No sé si asesinaron a Neruda, porque tuve que haber estado ahí, cómo voy a saber yo. Ahora, lo que sí sé es que si lo asesinaron fue una tontería porque el poeta estaba muriéndose. Resulta que ahora, mirando sus libros para escribir la novela, hay uno, Incitación al nixonicidio, que en la dedicatoria dice: “Escribí este libro enfermo en Isla Negra”. Estaba muy enfermo Neruda, lo sé porque estaba conmigo en la embajada y él se operó dos veces. No podíamos decir que el embajador estaba enfermo, menos yo, que era el segundo en el cargo. Pero estuvo operado de cáncer de próstata dos veces. Entonces, ¿había necesidad de matarlo por razones políticas, esa idea me suena muy artificial. Yo seguí viendo mucho a Matilde y ella nunca me dijo nada sobre ese tema. Ella lo hubiera dicho en una sola palabra.

La cuestión judicial ha avanzado. Se exhumó su cuerpo.
Debería haber una resolución judicial ya, pero la historia sigue. No sé a quién le conviene que hayan matado a Neruda, seguramente al Partido Comunista, por eso de tener un héroe, un mártir, un santo, pero yo no sé. También pienso, aunque puede ser errado, que al gobierno de Chile de Pinochet le hubiera complicado la vida tener a Neruda en el exilio. Aunque no creo, estaban asesinando gente, disparando en la calle con los francotiradores para que estuvieran preocupados en matar a un viejo poeta.

Pero era un símbolo...
Pero un símbolo es más fuerte muerto que vivo.

Recuerdo de Gabo

Usted hizo una gran amistad con Vargas Llosa, ¿también la hizo con García Márquez?
Era bien difícil ser amigo de los dos. Si Vargas Llosa le pegó una bofetada a García Márquez. Le voy a contar, a raíz de mi libro sobre Cuba, Persona non grata, no estaba de acuerdo conmigo. Él era profundamente castrista, amigo de Fidel; sin embargo, nunca hubo una ruptura mía con García Márquez. Sabíamos que pensábamos diferente, pero cuando estábamos en el mismo lugar, por ejemplo México. La mujer de él no me quería nada, pero García Márquez se escapaba para conversar conmigo. Una vez me contó algo de Fidel muy divertido a propósito de mi libro Persona non grata. En una reunión, le decían a Fidel que había racionamiento de luz, de comida, de azúcar, tanto le decían que dijo: “entonces Edwards tenía razón”.

Vargas Llosa ha dicho que Gabo más que un intelectual era un creador. ¿Coincide?
¿Ha dicho eso? No he leído eso, pero es verdad. García Márquez no era verdaderamente un intelectual y por eso su adhesión al castrismo era más emocional que filosófica. Pero era un artista en el lenguaje, la prueba está en su escritura. A mí me gustan sus cuentos y novelas cortas.

¿Y Cien años de soledad?
Menos, me aburre.

Vargas Llosa dice que es la que va a quedar.
Vargas Llosa tiene sus opiniones, no estoy de acuerdo con él todo el tiempo. Encuentro en Cien años... una repetición de la fantasía. Yo tuve que leer por segunda vez Cien años... para enseñarlo en una universidad y verdad nunca he sufrido más, me aburrí como un loco. Por qué no lo voy a decir si es la verdad, es mi verdad.

¿Usted ha seguido a Roberto Bolaño?
Y no solo leí a Bolaño, sino fui la primera persona que presentó a Bolaño en Barcelona. Presenté Los detectives salvajes con Bolaño a mi lado. Él estaba muy contento de que lo presentara porque era un lector mío y escribió varias veces sobre mis cosas. ¿Qué puedo decirle sobre él? Es un escritor refinado, muy ocurrente, de una gran fantasía, pero al mismo tiempo yo diría que –y no es un defecto– es un escritor para escritores.

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El Mundo
Madrid – España
5 de julio de 2017

Literatura 50 aniversario
El biógrafo de García Márquez
desentraña sus dilemas
Gerald Martin y Daniel Samper examinan los dilemas, el entorno y el folclore
que llevaron a García Márquez a escribir su primera obra global

Gerald Martín, biógrafo del escritor colombiano Nacho Calonge

"Uno no se muere cuando debe, sino cuando puede", recogía Gabriel García Márquez en el relato de la historia de la familia Buendía a lo largo de siete generaciones en el pueblo ficticio de Macondo. Para ellos la vida era cambio, de la misma forma que lo es cada uno de los detalles de Cien años de soledad. En él, cada línea y cada palabra recuerda a un momento histórico y personal y nadie mejor que Gabo para explotar esa experiencia casi instantánea. "Tenía un universo primordial, original, de temporalidad estática", ha afirmado Gerald Martin, biógrafo del escritor colombiano. "Siento que nos adelantó a todos por la manera en que había regresado al pasado".

La publicación de Cien años de soledad, cuyo 50 aniversario se conmemora este año, convirtió a García Márquez en uno de los escritores más leídos y reconocidos del mundo. Su novela fundaba y clausuraba un género narrativo, el realismo mágico, que tuvo un inmenso influjo en escritores diversos que encontraron en sus páginas claves para contar las historias de sus respectivos países. "Es un libro único y abrumador que, a día de hoy, sigue siendo impenetrable. Tenía un nivel obvio y fácil de leer que no cambia en todo el transcurso -mismo tono, misma manera de narrar las cosas- aunque debajo había mil estratos diferentes".

Así, lejos de ser un libro anacrónico, confiesa que le parece más vigente ahora que hace 30 años por el arquetipo que realiza del tercer mundo. "Hay clásicos que vienen de arriba, como los de Borges, que parten de la abstracción, del pensamiento", ha reconocido, durante su intervención en los cursos de verano de la Universidad Complutense en El Escorial, Daniel Samper, periodista y escritor. "Cien años es el libro de la asimilación por parte de los latinoamericanos de su historia".

Pero García Márquez no se agota en él ni en el realismo mágico. Su obra se compone de crónicas, memorias, cuentos y novelas ancladas a la realidad, al igual que de columnas y trabajos periodísticos que sembraron una fértil escuela de periodismo narrativo en América Latina. "Yo creo en esa etiqueta. Al comienzo no me gustó el realismo mágico, pero ¿qué le vamos a hacer? Existe y existirá siempre. Y ya me está gustando", confiesa Martin que compró su ejemplar frente al Palacio de Bellas Artes en México DF, en 1968. Lo que se encontró fue la historia del continente en un momento dramático como paso previo al boom de la nueva novela latinoamericana. "No hay comienzos ni finales mejores que los suyos. El siempre atesoró el binomio: comienzo, nacimiento; fin, muerte".

En el caso del Nobel de Literatura 1982, cualquiera podía intuir lo que hacía, pero no discernir el cómo. Podía haber una historia o una saga familiar, pero ¿de qué se trataba? ¿Cómo funcionaba? "No hay ningún libro sobre el cual la gente repite tanto lo que se dice en éste. Sin embargo, me costó 20 años expresar algo inteligente sobre él", ha sostenido, al mismo tiempo que señala que sus dos objetivos favoritos de la obra son diáfano y radiante. "A pesar de ser todo luz, resultó totalmente oscura. Parecía absolutamente accesible, pero casi imposible de explicar".

Quizá como su autor. "Fue un hombre tímido y expansivo con sus amigos, tanto que podía cantar o bailar. Sin embargo, en reuniones grandes se enclaustraba en sí mismo, y cuando había gente le costaba mucho trabajo abrirse", ha explicado Samper. "No llevaba bien la popularidad. Dependía del humor que tuviese en ese momento". Lo que, también, influenció siempre su obra, incluido ésta que demuestra que los mitos son interminables y difíciles de descifrar pero que tienen orígenes e historias. La cuestión final, entonces, que plantea es: ¿Estamos todos condenados en el pasado? ¿O es nada más una época la que terminó? "Su libro planteó la pregunta en el 1967, la vuelve a hacer ahora y, si la humanidad sobrevive, la volverá a plantear planteando en 2067 cuando los Cien años de soledad llegue a su permanente fin".

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