20 de julio de 2017

MEMORABILIA GMM 872



LA PATRIA
Manizales - Colombia
16 de julio de 2017

Columna

La nueva iglesia de García Márquez

Por Eduardo García A.
@Garciaguilar

En medio de los miles de homenajes que día a día, mes a mes y año por año hacen las autoridades en institutos, embajadas, consulados, universidades, palacios presidenciales, museos, bares, librerías, a Gabriel García Márquez, por cualquier motivo, ya sea un aniversario más de su libro máximo o cumpleaños de textos o hechos relacionados con su vida y obra, asistentes, escuchas y ponentes pierden a veces la perspectiva histórica de lo que significó su irrupción en el mundo literario en ese año 1967, cuando apareció Cien años de soledad en la editorial Sudamericana de Buenos Aires.

El fenómeno García Márquez será irrepetible porque el modelo romántico del escritor cervantino fundacional que representa a la nación, al continente y a la lengua surge de la confluencia milagrosa de la necesidad imperiosa de afirmación de un país, región o idioma en un contexto histórico y a su vez de la solidaridad y la sed de revolución experimentada por Occidente en un momento de cambios en paradigmas culturales y rechazo al colonialismo y a la guerra.

García Márquez, más que otras estrellas del boom en el momento como el cultísimo y afrancesado Alejo Carpentier, el moderno y urbano Julio Cortázar, el barroco y recursivo Augusta Roa Bastos o el realista y brillante académico Vargas Llosa, encarnó con su joven figura popular e irreverente, su aspecto peculiar de bigote y cabello encrespado a lo african look y camisas de flores y pantalones rojos, al escritor que desde un origen muy humilde y desde una región periférica accede a las más altas esferas de la gloria literaria en vida y se convierte en el padre de la patria, como ocurrió en su momento con Victor Hugo, Walt Whitman o Leon Tolstoy, entre muchas otras figuras de ese tipo, a su vez irrepetibles.

En la Europa de los tiempos de mayo del 68 había una intensa sed de revolución y de rechazo al imperio estadounidense que hacía la guerra de Vietnam y mataba a Martin Luther King o apresaba a Ángela Davis y las generaciones del momento en esa vieja región cargada de monumentos e historia quedaron fascinadas por los insurgentes barbudos cubanos y sus seguidores guerrilleros que proliferaron en el continente latinoamericano y se convirtieron en modelo de insurgencia armada en muchas partes del llamado Tercer Mundo.

América Latina se puso de moda como un símbolo cultural y erótico. A un lado estaba el mártir crístico y barbudo revolucionario Ché Guevara, cuya imagen yaciente recorrió el mundo ese mismo año 1967 y después se convirtió en un ícono aun vigente medio siglo después. Al otro lado, como la otra cara de la moneda, aparecía ese mismo año Gabriel García Márquez, el escritor popular que accedía con Cien años de Soledad a las altas esferas de la gloria literaria, hasta entonces reservada a los autores de las grandes potencias coloniales.

Medio siglo después, ya afirmada América Latina en su fuerza cultural, económica y política, las nuevas generaciones del mundo miran hacia otras culturas como las asiáticas, africanas, nórdicas e incluso leen en su mayoría a los autores anglosajones que a ambos lados del Atlántico escriben en inglés. América Latina ha pasado de moda y aunque se publican algunos libros y surgen fenómenos póstumos como el de Roberto Bolaño, el continente se inscribe ya en el marco de esa cultura globalizada mundial, digitalizada por la red de internet y sus clubes sociales como Facebook, Twitter, YouTube y muchos más, foros donde la cultura y la vida por ahora encuentran un escenario y un modo de difusión para las nuevas generaciones.

García Márquez ha sido cooptado por las autoridades legislativas, ejecutivas, judiciales, eclesiásticas y militares como un ícono nacional y continental y casi viene a suplantar poco a poco al himno nacional con su inolvidable "Oh gloria inmarcesible, oh júbilo inmortal, en surcos de dolores el bien germina ya". Asociaciones, institutos, academias y premios cuentísticos, cinematográficos y periodísticos que llevan su marca proliferan y se reproducen como champiñones de manera exponencial en todas partes recaudando jugosas donaciones o presupuestos.

Presidentes, alcaldes, embajadores, cónsules, ministros, rectores de universidades y colegios, se han convertido en la nueva clerecía de una especie de religión gaboteológica que devora presupuestos, papel para libros y afiches, imágenes para billetes y monedas y aplasta y relega a toda otra expresión literaria que no sea la del Nobel omnipresente, omnisciente, omnipotente y omnívoro.

Semana tras semana, mes por mes, año por año, todos los calendarios institucionales se coordinan para celebrar de una y otra forma su eternidad y uno no sabe ya si es al propio García Márquez a quien se celebra o si son los propios clérigos de la garciamarquia los que se autoengrandecen y logran así existir y protegerse del olvido y el anonimato bajo la iluminación de las lengüetas de fuego que emanan desde sus tonsuras ígneas, por la fuerza divina del nacido en Aracataca, como Jesús lo fue en Belén.

No tardarán tal vez algún día en reunirse esos prelados de todos los orígenes y pelambres en Cartagena de Indias, trajeados con impolutos liqui-liquis o guayaberas bordadas para celebrar un cónclave secreto en torno a sus cenizas, destinado elegir a un papa de la nueva religión, una especie de Pedro fundacional o Aureliano o Melquíades o José Arcadio sobre quien construir la poderosa Iglesia garciamarquina.

Ya los imagino ahí a todos congregados en ese concilio donde las diferentes fuerzas y tendencias gabópatas, gabófilas o gabomaniacas pugnarán para imponer a uno de los suyos y ya siento el fulgor y la alegría del pueblo que acudirá en masa a la fiesta al ritmo de los vallenatos de Escalona, cuando salga la miríada de mariposas amarillas desde alguna chimenea para anunciar que al fin "habemus papam" macondiano. Será la primera de una larga serie de pontífices que reinará a lo largo de los próximos siglos desde su Vaticano cartagenero, bajo la supervisión celeste y mamagallística de Don Gabriel.

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EL PAÍS
Cali - Colombia
11 de julio de 2017

Columna

Vargas Llosa y García Márquez

Por: Santiago Gamboa

A todos los que nos interesa la literatura nos ha conmovido o irritado la reciente charla de Vargas Llosa sobre García Márquez en el marco de la universidad de verano de la Complutense de Madrid (disponible en Youtube). A mí me produjo en simultánea las dos sensaciones, aparentemente contrarias: me conmovió y me irritó. ¿Por qué? En ella Vargas Llosa es interrogado por Carlos Granés, con gran acierto, haciendo que el peruano diga cosas que probablemente son una primicia sobre su relación con García Márquez. Pero el meollo del asunto es que Vargas Llosa, de un modo muy elegante, viene a decir que García Márquez decidió seguir apoyando a Cuba después del Caso Padilla para medrar en el ecosistema literario mundial, que era de izquierda, y no tener problemas, mientras que él, coherente con la posición difícil, se tuvo que tragar la lluvia de acusaciones que en esa época significaba enfrentarse a Cuba. ¿Y qué hay detrás de esa frase? Es como si Vargas Llosa dijera: si yo no obtuve más éxito mundial fue por mi coherencia política. Si no fui tan famoso y célebre como García Márquez fue por la fidelidad a mis ideas. Esto implica afirmar lo contrario: que García Márquez llegó lejos por su incoherencia, por su entrega a lo fácil, por no adoptar la posición difícil que, en cambio, sí adoptaron amigos suyos como Plinio Apuleyo Mendoza.

A pesar de que Vargas Llosa se refiere a ‘Cien años de soledad’ en términos admirativos, lanza una bomba de mecha lenta contra su rival, para que explote más adelante. Vargas Llosa quiere dejar sentado ante la posteridad que García Márquez, por ser un pragmático, decidió no oponerse a Cuba, y que eso impulsó su fama universal y su fuerza literaria. Y seguramente su Nobel. No hay que olvidar que Vargas Llosa le pegó un puño a García Márquez en México cuando eran los mejores amigos, en 1976. Algunos dicen que hubo un lío de faldas. Otros que fue el puño de un escritor a otro que lo supera.

Hay que ver el contexto: cuando se publica ‘Cien años de soledad’, el autor latinoamericano de más proyección era el joven Vargas Llosa. Era él el dueño de todas las miradas, el que conquistaba Europa país por país con sus excelentes libros. Hasta que se publica ‘Cien años de soledad’, en 1967, y Vargas Llosa pierda su trono de autor latinoamericano novedoso y al alza. Con ‘Cien años’ todas las miradas se vuelven hacia GGM y no hubo ya nada qué hacer. El éxito universal del libro y el nacer de Gabo como un artista excepcional al que todos los notables del mundo querían invitar a su casa fue el pan cotidiano. Algo que no debió dejar tranquilo al joven Vargas Llosa de esos días que, por un par de años, alcanzó a probar la fruta del éxito exclusivo. Es el problema de toparse con un grande: como Ronaldo con Messi, en fútbol. Como Federer con Nadal, en tenis.

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Una vieja nota interesante del fundador del nadaísmo. N del E.

CROMOS
Bogotá - Colombia
N°2.661
11 de noviembre de 1968

Columna.

Gabo: el filósofo macondino

Por Gonzalo Arango

Gabriel García Márquez es, para mi gusto, el mejor novelista colombiano de todos los tiempos. En Europa dicen que Cien años de soledad es El Quijote latinoamericano, o sea, el Cervantes de este continente. Gabo, fuera de sus novelas en las que mete el más maravilloso arsenal de magia y realidad, nunca se ha “tomado en serio”. En sus reportajes periodísticos, bromea, frivoliza, se sale por la tangente. Es decir, no trascendentaliza al estilo aburrido y pedante de los intelectuales que no trabajan ni crean, pero que posan para la inmortalidad dando declaraciones lapidarias, conceptos aristotélicos, hablando de lo que no saben, dogmatizando sobre el cielo y la tierra. Gabo, al revés, se toma en serio en la soledad paciente de su trabajo, pero a la hora de la verdad, su obra saca la cara por él, y en sus libros está dicho todo. Lo demás es pasabocas.

Por eso me sorprendió un reportaje que publica la revista Enfoque internacional, que dirige José Arizala, y en donde García Márquez habla de su trabajo, de su pensamiento estético, de los compromisos del arte en la realidad social, y que me parece constituye su verdadero “credo” como novelista. Nunca antes había leído una confesión tan sincera y “seria” del gran escritor colombiano. Por eso considero necesario divulgar más extensamente lo que piensa Gabo de sí mismo y de Cien años de soledad. Con ese fin elaboré esta síntesis:

No soy dogmático

Siempre estoy experimentando, por eso mis teorías literarias cambian todos los días. No tengo una fórmula. El día que tenga una formula estoy acabado. Me contradigo. Quien no se contradice es dogmático, y ser dogmático es ser reaccionario. Yo no quiero ser reaccionario.

Contra la pared

La mala hora me colocó contra la pared. Pero sin La mala hora yo no habría podido escribir Cien años de soledad. Porque al quedar contra la pared, tuve que romper la pared. En distinto sentido, Cien años de soledad me ha vuelto a dejar en la misma situación. Pues bien, tengo que romper de nuevo la pared. Aspiro a que cada novela me coloque contra la pared.

El peligroso realismo

En La mala hora quise hacer un realismo directo. Quise comprometerme con una realidad que me había impresionado mucho: la violencia. Yo no podía ser indiferente a esa realidad. Y resultó mi peor novela. Porque en ella caí en las formulas, caí en lo que ahora algunos me piden que haga.

El escritor no es líder político

Hay gente que cree que los novelistas somos historiadores o políticos. Pero no nos pueden pedir que arreglemos todo. En mi viaje a Suramérica me di cuenta que la gente, especialmente la juventud, busca un líder. Y cuando surge un escritor, le piden que sea líder. No. Nosotros contamos cuentos. Yo escribo ahora lo que me sale del alma, creo que eso hace más por cambiar la situación, hace más por el país. Tengo una ideología, y a través del lente de esa ideología veo todo y hago cuentos. Caperucita Roja es un cuento que tiene ideología.

La dignidad del artista

Hemos reaccionado contra lo que podría llamarse el escritor mendicante. Antes los escritores querían ser una carga para la sociedad, que la sociedad los mantuviera, los subvencionara. Pero cualquier subvención compromete al escritor. Y esto es válido para todo tipo de sociedad. Esto es terriblemente peligroso, y es algo que me inquieta. Yo nunca he recibido una subvención, una beca, nada por el estilo. Cada centavo me lo he ganado con mi máquina de escribir. Ahora puedo vivir de lo que escribo, no porque escriba mejor ni distinto, sino porque he trabajado veinte años.

Ser rebelde siempre

El escritor debe mantenerse siempre independiente, debe ser siempre rebelde, en cualquier sociedad, porque la sociedad es infinitamente perfectible.

Vamos a ver quién gana...

Todo es real en Latinoamérica. Por eso no creo que en mi novela haya una mistificación perjudicial de la realidad. Por ejemplo: relato la masacre de las bananeras en una forma que puede llamarse falsa, superficial, sin documentos históricos. Pero el hecho es que ahora hay en América 80 mil lectores que saben que en Colombia, en las bananeras, hubo una masacre. Antes no lo sabían. Yo describo la mecánica del hecho. Y cuando alguien me decía que este libro era peligroso yo digo que hubo tres mil muertos y que en realidad no hubo sino veintiséis, pero ustedes los informadores oficiales, reducen la cifra a veintiséis, yo la aumento a tres mil, a ver quién gana.

Yo voy mis restos a García Márquez: porque es de los pocos escritores que en Colombia juegan limpio, y lo han apostado todo a la belleza y a la verdad, con una honestidad profunda, lúcida, y digna del arte.

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REVISTA JET-SET
Bogotá – Colombia
28 de junio de 2017

Nota de prensa


Gonzalo García Barcha,
el hijo artista de Gabo
.

Por redacción de Jet-Set

Aunque prefiere mantener un perfil bajo, los medios de comunicación no lo olvidan, y menos ahora cuando acaba de salir la edición conmemorativa del medio siglo de Cien años de soledad, en la que participa como tipógrafo. El heredero del nobel literario es editor de libros, artista plástico e ilustrador.

Gonzalo García Barcha se crió en México, estudió en Nueva York y creció profesionalmente en París. No obstante adora los vallenatos y la comida colombiana.

Gonzalo García Barcha es el hijo más reservado de Gabriel García Márquez. Su hermano, el cineasta Rodrigo García, también lo es, pero a fuerza de promocionar sus películas le ha tocado mojar más prensa.


García Barcha, quien es ilustrador, artista plástico y tipógrafo, vive en París, donde aprovecha cada viaje en el metro para utilizar una aplicación de su iPhone para dibujar a mano alzada como si lo hiciera exactamente sobre papel. Es más, varias de estas imágenes, casi todas de rostros y figuras humanas, fueron trasladadas al óleo como parte de una exposición que tituló Panorama y que presentó en la galería Espacio Mario Rangel Faz, de Ciudad de México.


El ambiente cultural de la Ciudad Luz lo inspira. Un día va al Museo de Louvre o a las galerías del Barrio Latino cerca del río Sena. Lo hace solo o secundado por su esposa Pía Elizondo, una fotógrafa de la escuela documentalista que retrata las ciudades sin el ‘maquillaje’ del photoshop. La pareja, que comparte algo más que la afinidad artística, prefiere vivir lejos de la sombra de Gabriel García Márquez. Cuando Gabo estuvo enfermo fueron muy amables, pero un poco lacónicos con los periodistas que cubrieron la lamentable noticia.


Gonzalo estudió diseño en Parsons School of Design, en Nueva York, donde de manera persistente se dedicó a una de las aficiones más curiosas del mundo: la recolección de tipo de letras antiguas o clásicas de los primeros libros impresos en la España precolonial y en los virreinatos de América. Cuando ya tenía una colección tipográfica relativamente grande decidió vivir del mercado editorial.
En México fundó El equilibrista, una imprenta de libros de lujo y vanguardia que más tarde creció en aras de llegar a los nichos de mercado de los cineastas con los que creó títulos y créditos para el cine y la televisión. Hace unos años colaboró en las películas Grandes esperanzas, de Alfonso Cuarón; Nine lives, con la actriz Jennifer Garner (sic); y Diez historias de amor, que dirigió su hermano Gonzalo (sic) García Barcha.


Los hijos de Gabo no nacieron escritores, pero siempre han estado ligados de una u otra manera al mundo de la literatura. Gonzalo se encargó de buscar un tipo de letra exclusivo para una edición especial de 200 ejemplares de Vivir para contarla, la única obra realmente biográfica de su padre.
Según la prensa mexicana este ha sido uno de sus trabajos predilectos. La fuente tipográfica que utilizó lleva el nombre de Enrico Martínez, fundidor e impresor de la Nueva España en el siglo XVII, quien fue visionario al buscar modelos de letras en el mercado editorial de los Países Bajos. Recientemente también se unió a la fiesta editorial por los 50 años de uno de los libros más leídos de la historia, Cien años de soledad, con una edición ilustrada de Penguin Random House. García Barcha también se encargó del diseño tipográfico.

“Empecé a pintar a la edad en la que lo hacemos todos. Mi pasión por los símbolos fue un poco más tardía. Nació del placer de inventar y descifrar códigos. Con el trazo de las primeras letras entendí cómo funcionaba un sistema de símbolos. Lo que me inició en la tipografía”, dijo el artista.
El mundo laboral de Gonzalo en apariencia pertenece a una élite intelectual, pero no. García Barcha de vez en cuando se interesa por las letras de los niños. Para él, entre más infantiles, mucho mejor.

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“Ediciones del Equilibrista”, una de las divisiones de Elzevir Editores S. A. de C. V., la empresa editorial de propiedad de Gonzalo García Barcha, publicó un pequeño libro con el cuento de Gabriel García Márquez, El rastro de tu sangre en la nieve. Aquí el ejemplar en la biblioteca de MEMORABILIA GGM.


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